SIN JUSTICIA, NI CATECISMO NI OBISPO
Entre todos están liando el ovillo y mucho me temo que el administrador apostólico de la diócesis de Lleida, Xavier Salinas, no está por la labor de enfrentarse al Vaticano recurriendo las resoluciones adversas a los intereses de su diócesis (que en ningún caso pueden ser consideradas sentencias) sobre las obras de arte que reclama su homólogo de Barbastro-Monzón.
Si en la doctrina evangélica la figura del obispo se asocia a menudo a la de un pastor que cuida de su rebaño en todo momento y lugar, no es ninguna herejía afirmar que la primera obligación de un prelado es defender a su diócesis y a sus feligreses por encima de las consignas de Roma, especialmente si éstas no se ajustan al derecho y a la verdad. Eso es lo que esperamos todos de Salinas. No puede haber nada más anacrónico y reaccionario que creer que un obispo debe obediencia ciega al Papa incluso si éste va errado en su camino. Un obispo, al igual que cualquier persona, sea creyente o agnóstica, tiene que estar siempre al lado de la verdad y no le valen las medias tintas. Los bienes eclesiásticos terrenales no son celestiales y en ningún caso pueden pertenecer a la curia o a la jerarquía romana, sino que son de la feligresía, del pueblo, el único patrimonio que justifica la existencia de la Iglesia.
Si Salinas no recurre ahora la última resolución del Tribunal de la Rota Romana, no podrá hacerlo en ninguna otra ocasión y el litigio del arte estará cerrado desde el punto de vista del derecho canónico. Eso significa que el obispo que le suceda –Salinas está en Lleida de paso- no podrá defender por esa vía las poderosas razones que amparan las legítimas y justas pretensiones de la diócesis y de la sociedad civil leridana. En este conflicto se han de explorar todas las vías para encontrar una solución dialogada y satisfactoria para las dos partes. Lo que no puede tolerar Lleida es que se dé carpezazo al asunto sin haber examinado a fondo sus pruebas. Y al presidente aragonés Marcelino Iglesias y al prelado barbastrense Alfonso Milián les pediría que dejen de hablar de sentencias, de expolios, de robos, de delincuentes, de pecadores y de otras sandeces.
A Salinas se le ve y se le nota incómodo. Su rostro en la última comparecencia ante la prensa de los cinco miembros del consorcio institucional del Museu de Lleida era todo un poema. Esa incomodidad que se apreciaba en sus gestos delataban que se siente atado de manos y pies, pero todos estamos convencidos de que fue enviado a Lleida para cumplir una ingrata misión: entregar al clero aragonés las piezas en disputa sin otros miramientos. ¿Lo conseguirá tras acatar las ordenes de Roma?. No lo va a tener fácil. Y si el desenlace es ese, le aventuro una despedida de Lleida muy tormentosa, del mismo modo que puede resultar muy incómoda y comprometida la labor de su sucesor. En la vida hay que saber decir misa y repicar las campanas a la vez, sobre todo cuando se tiene que administrar justicia. Y hasta ahora, los tribunales eclesiásticos han demostrado que ignoran el significado de este término. Roma no juzga, sino que decreta. Un mal ejemplo para todos. Para eso los fieles no necesitamos ni catecismos ni obispos.
domingo, 8 de junio de 2008
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