martes, 11 de septiembre de 2007

Agua

HISTORIAS DE AGUA
Desde hace muchos años tengo la sana costumbre de no beber agua del grifo si no es absolutamente necesario. Tengo una gran debilidad por las fuentes, es decir, por el agua en su estado más puro y natural. El sabor a cloro, a purines y a otras materias orgánicas me ocasiona una intranquilidad nauseabunda. El agua, evidentemente, es vida y por eso no me importa hacer una porrada de kilómetros para abastecerme de agua de boca. El pasado fin de semana, como suelo hacer varias veces al año, fui a buscar agua a un manantial que descubrí hace tiempo en la cara oeste del macizo del Turbón, muy cerca del pueblo oscense de Campo. El viaje en cuestión se ha convertido ya en un ritual relajante. Nadie puede imaginar el placer que siento al contemplar cómo brota el agua de la roca, cristalina y siempre gélida. Más que un espectáculo de la naturaleza, una fuente siempre es un milagro, un tesoro, el inicio de un ciclo vital...una esperanza. Disfruto llenando las garrafas porque sé que al llegar a casa no tendré que beber agua del grifo durante un tiempo. La de esta fuente del Turbón, cuyo nombre ignoro, es la predilecta, y no sólo por sus conocidas propiedades que se han ido transmitiendo de generación en generación, sino porque hace funcionar el “motor” como ninguna otra. Créanme, es un agua que crea adición. Cada vez que voy a buscar agua me lo tomo como una excursión, como un día de campo, predispuesto para disfrutar de los bellos paisajes de la ribera del Ésera, un río que ahora baja caudaloso debido a las últimas lluvias. En esos viajes es obligado también coger fuerzas en alguno de los buenos restaurantes que hay en el valle. Yo soy un cliente asiduo del Hotel del Ésera de Santaliestra, situado en la carretera que va de Graus a Benasque. El restaurante tiene delante un extenso parking y desde el comedor se puede vigilar que nadie te desvalije el coche. Desde hace más de dos años, Santaliestra está siendo noticia por su tenaz oposición contra el proyecto de construcción de un pantano en su término municipal. Un embalse que la Administración quiere construir en el cauce del Ésera para aumentar las dotaciones del Canal de Aragón y Catalunya, un derecho legítimo que tienen los regantes. La lucha de este pueblo, cuyos vecinos han impedido la entrada de las máquinas de la Confederación Hidrográfica del Ebro(CHE) y se han enfrentado a los cuerpos especiales de la Guardia Civil, me recuerda, con algunos matices, a la que se libró inútilmente en Tiurana durante mucho tiempo. A diferencia de la población leridana, Santaliestra no desaparecerá bajo las aguas del futuro pantano, a no ser que se reviente la presa. “Regante, lo que necesitas es amor. Pantano no”, reza una pintada a la entrada del pueblo. Los vecinos de Santaliestra y de los pueblos de la comarca no quieren el pantano porque dicen que la presa se construirá en una zona insegura desde el punto de vista geológico. La otra parte, los regantes, tienen derecho a disponer de más agua para regar, pero que nadie olvide que toda la gente que rechaza el pantano también tiene derecho a vivir segura, sin sobresaltos. Por eso los vecinos de Santaliestra exigen paralizar toda la maquinaria administrativa hasta que los estudios demuestren que la construcción de la presa no comportará ningún peligro. Según algunos estudios, en caso de producirse una catástrofe, Graus quedaría inundado en 26 minutos, Perarrúa en 8, Besians en 5 y Santaliestra en 1. Los vecinos aseguran que en la vida útil del pantano(en cualquier momento de los próximos 100 años) hay un 90 por ciento de probabilidades de que el agua arrase los pueblos situados aguas abajo de la presa. La cosa es seria y nadie puede jugar con los temores de la gente. Estoy a favor de éste y de cualquier otro pantano cuya construcción no distorsione la vida de los pueblos y pienso que este de Santaliestra, si finalmente se construye con todas las garantías de seguridad, comportará en el futuro mucha riqueza tanto a los pueblos que ahora lo rechazan como a las miles de familias de Huesca y Lleida que dependen del agua para regar sus cultivos. Los pantanos no siempre son sinónimo de muerte y destrucción. Son también vida.

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