martes, 11 de septiembre de 2007
Anielle existe
“Ainielle existe. En el año 1970, quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto”. Con esta escueta descripción comienza “La lluvia amarilla”, un libro melancólico en el que el escritor Julio Llamazares relata una historia conmovedora sobre como fueron los últimos días de su último habitante. Es éste un libro que recomiendo a todos los que quieran solidarizarse con el injusto destino de los hombres y mujeres que han vivido y viven en zonas rurales, aislados del mundo y de la realidad por circunstancias no queridas de la vida. Quienes no hayan nacido y vivido en un pueblo pequeño, condenado a desaparecer o, como mínimo, a quedar despoblado en un corto plazo de tiempo, posiblemente no entenderán el verdadero motivo que me ha impulsado a escribir esta columna, mientras a escasa distancia de mi banco se juzgaba a un vecino de Voloriu que mató a tiros a su padre, uno de los crímenes más execrables que puede cometer el ser humano. No es fácil interpretar desde una visión urbana la dificultad de vivir en una aldea de montaña, ni entender el tremendo drama humano que hay detrás del melancólico ritual de cerrar la última casa de un pueblo. En España hay centenares de pueblos que, como Ainielle, se han quedado deshabitados en los últimos cincuenta años por falta de un futuro esperanzador para sus habitantes. Nuestro Pirineo está lleno de ejemplos de pueblos que no hace demasiado tiempo tuvieron un hilo de vida esplendorosa. Hoy, como Ainielle, son meras ruinas fantasmagóricas que apenas despiertan la compasión de nadie, aunque a veces se convierten en atractivo turístico, en refugio de personas socialmente desarraigadas -llamadas finamente neorurales o desheredadas del capitalismo salvaje- y en argumento de películas o de novelas de corte psicológico. También hay otros pueblos que se resisten a claudicar ante las inercias de los tiempos que corren gracias a esa figura insólita y fascinante conocida en unos casos como “el último habitante” y en otros como “el loco del lugar”. El libro de Llamazares no deja indiferente al lector cuando describe la soledad que siente el protagonista en los duros y largos inviernos después del suicidio, por desesperación, de su querida Sabina. O cuando recuerda a todos los vecinos y amigos que se han muerto o han emigrado a la ciudad huyendo de esa soledad que acaba desembocando en la locura. O cuando, sin apenas contacto con el mundo, se imagina qué pasará en el pueblo cuando el se muera, posiblemente atrapado dentro de su propia casa, y lleguen los curiosos para saquearlo, algo que no se sucederá mientras él siga vivo. Historias como las de este aldeano de Ainielle que se aferra a sus raíces abundan en nuestros pueblos y gracias a ellas muchos siguen en pie. “José, un hombre de los Pirineos”, es el título de otro libro en el que el etnógrafo oscense Severino Pallaruelo describe las vivencias de José Castillón, un hombre de 78 años que reside en su aldea natal, La Mula, con la única compañía de su hermana. A diferencia del último habitante de Ainielle, José vive desde hace 50 años la soledad con otro espíritu. No es huraño ni desconfiado con los visitantes, sino que tiene una gran personalidad y disfruta hablando con la gente que le visita ocasionalmente. Sus actividades habituales no le permiten aburrirse, ya que cuida 200 ovejas, 50 cabras, 80 colmenas, dos burras, perros, gatos, gallinas y cerdos. También trabaja un huerto, elabora conservas, corta leña para el fuego, repara la casa y fabrica cestos y cucharas. Podría decirse que José (a quien me imagino con boina, enjuto, muy ágil para su edad y fumador empedernido) lleva una vida íntimamente ligada a la naturaleza. Sólo la radio le mantiene informado de lo que ocurre en el mundo. Ainielle, La Mula y otros muchos casos que no conocemos son el resultado del progreso y de la falta de una política de equilibrio territorial. Por eso aplaudo, sin que sirve de precedente, el plan impulsado por la Generalitat para el desarrollo sostenible del Montsec. Espero que no sea tarde para muchos pueblos que están a punto de cerrar por falta de quorum.
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